La abogacía una de las profesiones más antiguas
La abogacía una de las profesiones más antiguas
Rafael Chacón Villagrán
Dulce Thalía Bustos Reyes
Los orígenes de la abogacía se encuentran
en la civilización sumeria, en donde
si bien no existía un abogado como tal,
había alguien similar a éste: el escriba
público, que tenía conocimientos en las
leyes, era perito en la escritura cuneiforme
y redactaba contratos y otros actos
jurídicos, los cuales debían conservarse
en una tablilla contractual.
Otra de las culturas que da cuenta de esta
profesión es la hindú, en donde el consejero
experimentado y el asesor acompañaban al
rey y al bracmán (sacerdote–juez) durante
las audiencias; ellos debían tener amplios
conocimientos en las leyes y en los procedimientos
judiciales que se realizaban.
Por otro lado, en Grecia, los antecedentes
de la abogacía se encuentran en el synagor,
el logógrafo y el orador judicial; el
primero, era un familiar o amigo del ciudadano
demandado que complementaba
las explicaciones de éste durante el juicio; el segundo, proporcionaba defensas elaboradas
con antelación a las personas; y
el tercero, intercedía a favor de quien estaba
implicado en un juicio. Entre los que
destacaron realizando esta labor se encuentran
Tuciclides, Demóstenes, Anestófanes,
Femides, Iseo, Fesias, Isócrates y
Pericles, considerado el primer abogado.
Los griegos, en particular Dracón y Solón,
establecieron por primera vez uno de los
requisitos que debían cubrir los abogados:
ser libres; llevaban a cabo los juicios
en el Areópago, considerado por ellos un
lugar santo, tanto que acostumbraban regarlo
con agua antes de la audiencia, esto
lo hacían como una forma de advertir que
sólo los puros podrían ingresar a éste.
No obstante, fue dentro de la cultura romana
donde esta profesión se consolidó.
En Roma, los patricios eran los encargados
de defender a los plebeyos; se les conocía
como patronos y ellos decidían a quién aceptaban como su cliente. Para
los romanos, ejercer esta profesión les
daba la posibilidad de acceder fácilmente
a los altos puestos; entre quienes gozaron
de este privilegio destacan Marco
Tulio, Cicerón y el emperador, César.
En esta civilización, surgieron los primeros
colegios de abogados en el año
359 a. de C., los cuales estaban sujetos
a la autoridad de un jefe o “primas”, a
quienes se les otorgaba ese título sólo
por la antigüedad que tenían.
Los romanos, a diferencia de las otras
culturas antiguas referidas, les permitían
a las mujeres, principalmente a las
de la clase alta, ejercer la abogacía; sin
embargo, después se les negó este privilegio
debido a las malas intervenciones
que hizo una de ellas, cuyo nombre
no sabe si es Afrania o Calfurnia.
Al igual que los griegos, ellos también
fijaron unos requisitos para quienes
querían realizar esta labor: al principio,
esta profesión era exclusiva de los
patricios, los únicos que sabían cómo
aplicar las leyes; después, a los plebeyos
se les dio la autorización para hacerlo;
y luego, cuando Justiniano llegó
a convertirse en emperador, se estableció
que las personas infamadas no podían
abogar; los ciudadanos se podían
desempeñar como abogado a partir de
los diecisiete años; y quienes pretendían
ejercer debían realizar estudios de
derecho, no menos de cinco años.
Por lo que respecta a México, los aztecas
son una de nuestras culturas en donde
se hace evidente los inicios de la abogacía, pues dentro de ésta había jueces
y magistrados supremos que se encargaban
de impartir justicia, siempre y
cuando, el rey los hubiera designado.
No obstante, existen dos posturas respecto
a la existencia de los abogados
dentro de esta civilización. Algunos investigadores,
como Mendieta y Nuñez,
refieren que los ciudadanos mexicas
se defendían a sí mismos; otros, como
Porrúa, mencionan que había alguien
cuyas funciones eran similares a las de
un abogado: los tepantlatoani.
Los tepantlatoani (esta palabra proviene
de los vocablos nahuas: tepan, “por otro”;
y tlatoa, “el que habla bien”, que significa
el que habla bien por otro), de acuerdo
con lo que refiere Bernardino de Sahagún
en su libro titulado Historia General de
las Cosas de la Nueva España, eran quienes
intercedían a favor de las personas
que solicitaban su ayuda con ética. Este
franciscano señala que, además de éstos,
existió el solicitador o gestor, quien realizaba
sus trámites ante instancias como
las autoridades administrativas.
Posteriormente, cuando Cortés derrotó
a los aztecas y fundó la Nueva España,
quienes ejercieron una función similar
a la que tiene el abogado actual fueron
los catequizadores que habían llegado
a México, entre ellos, fray Bartolomé
de las Casas y fray Toribio de Benavente
que defendieron a los indígenas, debido
a que en esa época aún no se establecían
los tribunales.
Al principio, sólo los españoles podían
ejercer la abogacía; después, se les autorizó a los criollos realizar dicha actividad;
sin embargo, ambos debían contar
con estudios universitarios en leyes, cumplir
una pasantía de cuatro años en el bufete
de un reconocido letrado y presentar
un examen ante un jurado de oidores de la
Real Audiencia.
En esta época, ocurrieron dos sucesos importantes:
el 12 de julio de 1533 se estableció
en el primer lugar donde se dieron
clases de derecho y se dictaron las Ordenanzas
de Buen Gobierno; el mismo día
pero de 1553, Bartolomé de Frías y Albornoz
impartió la primera cátedra de derecho
en la Real y Pontificia Universidad de
México; a partir de esta última fecha se
formalizó la abogacía en nuestro país.
Después, una vez que inició la etapa independiente,
se creó en México el primer
colegio de abogados, que se llamó “Real
Colegio de Abogados de México”, cuyo
nombre cambió a “Ilustre y Nacional Colegio de Abogados de México”; esta corporación
tenía como propósito dignificar
la abogacía a través de la eficaz profesionalización
de quienes ejercían esta labor,
elevar el nivel de la práctica jurídica y el
correcto ejercicio de su actividad.
Finalmente, durante el Porfiriato, esta
profesión desempeñó un papel muy importante,
ya que la mayoría de los científicos eran abogados, entre ellos destacan
José Ives Limantour,“considerado una
de las mentes más brillantes del régimen
porfirista y como uno de los máximos pro
motores de las ideas y de la política positiva.
Hombre de acción y de cálculo detallado,
es también señalado como el principal
artífice de la política electoral de los científicos”
(Velázquez, 2011).
Fuentes consultadas
Guerrero, O. (2015), “Rastros del pasado: evolución de la abogacía
en México”, en Guerrero, O. El abogado en el bufete,
el foro y la administración pública, México, UNAM.
Molierac, J. (1997), Iniciación a la abogacía, México, Porrúa
Sotomayor García, J. G. (2000), La abogacía, México, Porrúa.
Velázquez, C. (2011), UNAM. Intelectuales y poder en el Porfiriato.
Una aproximación al grupo de los científicos, 1892-
1911, disponible en http://fuenteshumanisticas.azc.uam.
mx/revistas/41/41_01.pdf, consultado en junio de 2017
Comentarios
Publicar un comentario